El conocimiento más valioso que posee la Iglesia es el saber que Dios es Trinidad. Dios es una comunidad de Amor, la unión de tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Y esto lo sabemos únicamente porque Dios nos lo ha revelado, nadie más. Si Dios Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo no se hubieran revelado, la humanidad jamás se hubiera enterado de ello.
La Santísima Trinidad es un misterio que sobrepasa nuestro entendimiento. El misterio de un Dios en tres personas no puede ser explicado con lenguaje humano. Durante estos dos mil años que llevamos conociendo a Dios Uno y Trino, no ha surgido entre nosotros una persona capaz de crear un argumento claro y definitivo sobe cómo es que tres personas pueden ser al mismo tiempo una solo Dios.
Y esto es porque a la Trinidad no se le puede conocer con la mente. La razón humana es incapaz de contenerla, y el lenguaje se vuelve inútil al tratar de explicarla.
¿Diremos, entonces, que de nada nos sirve que Dios se haya revelado de esta manera?
No podemos entender tan grande misterio con la razón,
pero sí con el corazón.
La Santísima Trinidad es un misterio que puede contemplarse únicamente desde el corazón humano. Y en este sentido ha habido, y hay, muchas personas que entienden el misterio del Dios uno y Trino; son personas que no lo saben con la mente, pero sí con el corazón.
Muchas de estas personas están aquí, sentadas entre nosotros...
Estas personas, quizá sin darse cuenta, han tenido esa visión de la Santísima Trinidad como una comunidad de amor, un amor ininterrumpido entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Quieren saber quiénes son?
¿Quieren saber donde están sentadas ahora mismo?
Son gente que saben vivir en comunidad:
La persona que se permite ser amigo de otros sin juzgarlos por su condición social, su color de piel o religión.
La persona que se muerde la lengua antes de esparcir un chisme.
La madre que acoge a su hijo a pesar de los errores cometidos.
El hombre que permanece fiel a su esposa a pesar de las dificultades económicas.
El padre que se desvela trabajando para que sus hijos puedan recibir educación.
Los padres que buscan entender a sus hijos antes de juzgar sus sueños y aspiraciones.
El matrimonio que no deja que sus hijos los vean pelear.
La mujer que mantiene y educa a sus hijos sola.
El hombre que enfrenta su alcoholismo a veces en silencio, a veces con el apoyo de otros, y todo para poder reintegrarse a los suyos.
La persona que lucha en secreto contra una enfermedad física o mental, y busca nuestra aceptación.
La familia que acoge a un miembro que lucha contra una enfermedad física o mental, y le brinda aceptación.
La familia que reconoce que no es perfecta, porque no hay familias perfectas.
Los maestros que se preocupan por la formación intelectual y humana de sus alumnos, y que muchas veces soportan críticas injustas.
Los niños que a pesar de sus limitaciones se esfuerza para que nosotros nos sintamos orgullosos de ellos.
Los jóvenes que luchan contra la desigualdad y la falta de trabajo porque quieren construir una sociedad mejor.
Las mujeres que buscan igualdad educativa y laboral.
Los profesionistas que usan sus conocimientos y recursos en favor de los más necesitados.
La comunidad parroquial que apoya material y espiritualmente a sus miembros más necesitados.
Los y las religiosas que luchan contra sus propias limitaciones para dar un testimonio digno.
El sacerdote que se enfrenta a las críticas, al cansancio y a sus propios pecados, y aún así sale a trabajar y celebrar misa diariamente.
El sacerdote que se desvela pensando en cómo puede atender mejor a sus feligreses.
Los feligreses que rezan por su sacerdotes, por sus catequistas y sus ministros.
El pueblo que Dios que más allá de besar la mano de sus sacerdotes, se inclina a lavar los pies de sus enemigos y de los más necesitados.
¿Los conocen? ¿Conocen a alguien así?
Son ustedes... somos todos nosotros cuando nos esforzamos un poquito por superar nuestras limitaciones, cuando luchamos contra nuestros egoísmos y nos esforzamos por acoger a los demás aunque sea difícil.
Queridos amigos y familia, hermanos y hermanas religiosas, hermanos sacerdotes. Ninguno de nosotros está capacitado para entender a la Santísima Trinidad con la cabeza, pero sin darnos cuenta, cada vez que formamos comunidad, cada vez que nuestro corazón se estira un poquito más para dejar a otros entrar en nuestras vidas, cada vez que reconocemos que el otro, por el simple echo de ser hijo e hija de Dios merece nuestro respeto, nuestro corazón se planta de frente ante el misterio de la Santísima Trinidad.
Nadie esta fuera del amor De Dios, nadie. Nada puede separarnos. Y es fundamental que recordemos eso cada vez que caigamos en la tentación de rechazar y marginar a alguien, o cada vez que nos sintamos marginados y rechazados.
Justo ahí, en medio de esa imagen -La Santísima Trinidad-, estamos todos nosotros.
En el Evangelio de hoy Jesús nos dice:
Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jesús quiere que todos nosotros seamos capaces de expandir nuestros horizontes, de que nuestras vidas y nuestro testimonio atraigan a todos, que rompamos el espejismo de que este mundo está divido entre buenos y malos. Somos uno en Dios. Ser bautizados en el nombre del Dios Trino significa que estamos llamados a construir una comunidad donde todos caben, donde todos son amados, donde abracemos a todos aunque no los entendamos.
No estamos llamados a entender, estamos llamados a vivir y transmitir aquello que define a la Santísima Trinidad: una comunidad de amor que no se agota.
Vayamos, pues, y enseñemos con el corazón a todas las naciones,
que Dios es una comunidad de amor.