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El Vendedor de Palabras

¿De qué trata El Vendedor de Palabras?

El Vendedor de Palabras

El Vendedor de Palabras

Una novela sobre la redención del espíritu y del cuerpo.

—¿Quién eres? —preguntó Anita. —El vendedor de palabras —respondió el extraño, y desapareció en la oscuridad del campo. Las estrellas se apagaron y la luna se perdió detrás de un árbol. Anita recogió su nueva adquisición: una cajita llena de palabras. Se sacudió las naguas y volvió a casa, donde su abuela la esperaba para cenar. (Capítulo 1)

—Y, ¿qué pasó con el nido? —Cierto, qué desmemoriada, ya me había olvidado de eso. Durante el tiempo que leía esas palabras, el nido se fue convirtiendo poco a poco en la orquídea que, hasta hace apenas unas horas, seguía ahí. Esa flor era una historia de amor. La abuela levantó el bastidor, ya terminado. En él había bordado una hermosa flor y dos cenzontles. (Capítulo 4)

La cara del sol se volvió maliciosa y las flores del jardín que adornaba la entrada de la iglesia comenzaron a murmurar; las mujeres también, pero con más discreción, cubriéndose los quisquillosos labios y los solícitos oídos con los negros rebozos. (Capítulo 12)

La pequeña comenzó a repasar los trazos creados por las palabras. Cada forma fue adquiriendo una definición blanca y precisa que resaltaba sobre el azul del biombo. Anita se consagró en cuerpo y alma a seguir cada una de las líneas, a no dejar ninguna sin pintar. La lluvia le hacía compañía con su música y las nubes la miraban desde afuera, con curiosidad. (Capítulo 9)

Efectivamente, Adán sabía algo que podía ayudar a Rosa con su búsqueda, se lo habían dicho las estrellas que guardaba en los frascos de mermelada. También estaba enterado que aquel injusto crimen se había efectuado bajo la apariencia de un negocio. (Capítulo 16)

El extraño espectro aparecía y desaparecía en un lugar y en otro, como si se moviera con la velocidad de un rayo. Los eucaliptos se sacudían con cada reflejo que emanaba la desconocida presencia. El extraño fantasma era un destello que parpadeaba como una luciérnaga gigante. Tras una breve pausa de silencio, quietud y oscuridad, el espectro comenzó a aparecer lentamente hasta mostrar su silueta. —Hola, Anita... (Capítulo 17)

...se llenó de plumas de quetzal, por fin había encontrado la puerta al paraíso, y estaba lista para volar hacia la libertad, allá donde los cantos son eternos y las flores no se marchitan. (Capítulo 22)

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